La violencia de género, de la que tanto se habla en los últimos años, paradójicamente es un tema que la mayoría de los mexicanos desconoce, incluido el presidente de la República.
No es novedad afirmar que México es un país profundamente machista, como tampoco es arriesgado decir que el machismo descansa sobre nuestros mandatos culturales, desde los que se construye nuestra identidad, y la narrativa social.
Es así como hoy descubrimos que, dentro de una compleja trama que normaliza y naturaliza cualquier tipo de violencia contra las mujeres, muchos fuimos machistas sin darnos cuenta.
Ya nuestro único Nobel de literatura, Octavio Paz, en esa maravillosa e hiperrealista obra titulada; El laberinto de la Soledad, identificó las raíces descompuestas que como pueblo cargamos históricamente.
En cuanto a nuestras mujeres, de acuerdo con el poeta, este problema se encuentra enraizado dentro de nuestro imaginario colectivo.
Concretamente, en el capítulo titulado Los hijos de la malinche, Paz, con una gran integración antropológica, da cuenta de cómo la Malinche permanece en nuestro inconsciente colectivo como símbolo de la entrega. La Malinche es la raptada, la vendida, la violada… la chingada.
¿Quién es la Chingada? Se pregunta Octavio Paz. La Chingada es, ante todo, la Madre. Pero no una Madre de carne y hueso, sino una Madre mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la sufrida madre mexicana, que celebramos cada diez de mayo.
La Chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en el verbo que le da nombre. Vale la pena detenerse en el significado de esta voz.
Así, parafraseando a Paz, lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad pura, inerme ante el exterior. La relación entre ambos es violenta, determinada por el poder cínico del primero y la impotencia de la otra. La idea de la violación rige oscuramente todos los significados. La dialéctica de “lo cerrado” y “lo abierto” se cumple así con precisión casi feroz.
No obstante, aunque la cultura es producto de nuestras costumbres, también se construye desde nuestra educación y nuestro nivel de consciencia. En ese sentido, no podemos justificar el presente a partir de lo que hemos sido. Además, el futuro es eso que se construye en el ahora. Y ahora hay que educar para dignificar y redefinir (aunque ellas se encuentran ahora en esa lucha) nuestra idea la mujer en el México del siglo XXI.
Finalmente, sería un grave error querer eliminar al “feminicidio” del código penal y aunque deba simplificarse y homologarse en todo el país, el feminicidio tiene que ser hoy más visible que nunca.
Por esa razón, es necesario sancionar con todo el peso de la ley a quienes cometen asesinatos basados en cuestiones de género o, lo que es lo mismo, feminicidios.
Ellas están siendo asesinadas, ellas son nuestras mujeres, nuestras hijas, nuestras madres. Ellas somos nosotros.
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