Cuando necesitamos poner nuestra salud en las manos de un médico, siempre se busca al más competente y preparado. Por el contrario, y en el colmo de la sinrazón, si los pacientes pudieran elegir en un hospital con su voto directo, al encargado de proporcionarles atención médica, muy probablemente sería electo el más charlatán y quien mayores promesas ofreciera para solucionar los problemas de salud que aquejan a los enfermos. Es así como el absurdo que acabo de describir resulta una práctica común en la política, donde los hechos demuestran que no se elige racionalmente al más competente, sino a quien es capaz de tocar las fibras más sensibles de las emociones y que siempre promete aunque no pueda cumplir. De esta manera, la mentira se ha convertido cada vez más en el signo distintivo de los políticos profesionales.
Diversos politólogos, filósofos, sociólogos y economistas coinciden en el diagnóstico de que la política se está emancipando de la realidad. Cuánto más se le identifica con las elecciones, mayormente la balanza entre racionalidad y emotividad se desequilibra a favor de ésta última. La realidad resulta marginal en relación con “los otros datos”. De acuerdo con el prestigioso periódico norteamericano: The Washington Post, durante los primeros cien días de su presidencia, Donald Trump, externó opiniones inexactas 4.9 veces al día, y durante sus primeros setecientos días de gobierno el promedio se incrementó a 10.7 mentiras diarias, como si la alteración consciente de la realidad fuese una característica del gobierno. De esta forma, las falsedades terminan por ser socialmente aceptadas toda vez que durante dicho periodo ese presidente mantuvo sus niveles de popularidad.
La descomposición de la verdad se traslada a la sociedad a través de cuatro tendencias constantes en los políticos: una separación creciente entre los hechos y la interpretación de los datos; un eclipse de la distinción entre las opiniones personales y la realidad concreta; un aumento del peso relativo y por lo tanto de la influencia de las opiniones de los gobernantes sobre la realidad circundante; y consecuentemente, una mayor desconfianza en las fuentes de información estadística previamente dignas de consideración para la definición de las políticas públicas.
Se observa una tendencia cada vez más consolidada entre nuestros gobernantes de emancipación de la política respecto de la realidad, debida en gran parte, a que el horizonte de los políticos profesionales no es la solución de los problemas sino la próxima cita electoral. Ello ha contribuido a la multiplicación de las promesas fantasiosas e irrealizables de manera directamente proporcional a las expectativas de los votantes. Esto a pesar de que en la política cada vez que se ignora un problema o, peor, se propone una falsa solución al mismo, se termina inevitablemente por agravarlo. Así ocurrió en Gran Bretaña con el brexit, donde por miedo a una catástrofe potencial, los electores colocaron a su país en el camino de una catástrofe real.
El mecanismo psicológico-social que caracteriza a muchos regímenes políticos de nuestro tiempo, es la tendencia al suicidio por el miedo a morir. El populismo y la demagogia conducen a construir una realidad sistemáticamente sometida a las representaciones imaginarias, que son tanto más peligrosas cuanto más alejadas se encuentran de ella. Por esta razón en diversas materias como salud, transporte, educación, política internacional, derechos humanos y desarrollo económico, cualquier parecido con la realidad mexicana resulta mera coincidencia.