Hemos entrado en la ruta crítica del “impeachment inquiry” (una investigación preliminar para establecer si se inicia el proceso de enjuiciamiento político a Trump). La evidencia que ha trascendido, así como las primeras audiencias públicas del Comité de inteligencia que lidera el congresista demócrata Adam Shiff, arrojan pruebas ciertamente muy comprometedoras para Trump en varios frentes, reveladoras de niveles de corrupción y desapego a la constitucionalidad que no se veían desde los tiempo de Richard Nixon, pero esta vez, con el asunto de Ucrania, arriesgando intereses de seguridad nacional.
Es bueno recordar el procedimiento: Shiff adelanta la investigación preliminar o substanciación en el Comité de Inteligencia. La primera etapa fue sumaria (a puerta cerrada), porque implicaba asuntos de seguridad nacional que antes de hacerse públicos exigían validación. Las resultas de este trabajo, una vez aprobadas por Inteligencia, pasarían al Comité de Asuntos Judiciales, donde se levantarían los cargos contra el presidente Trump, que se concretarían en los llamados “articles of impeachment”, es decir, la acusación. La Cámara luego vota por aprobar esos cargos y el enjuiciamiento político sube al Senado. En la Cámara se requiere mayoría de los miembros, que solo los demócratas podrían lograr. Pero en el Senado se necesitan las dos terceras partes de los miembros para declarar culpable al Presidente y removerlo del cargo. Allí el asunto es más difícil, desde luego. Es preciso que veinte senadores republicanos (de 53 que integran la mayoría en la Cámara Alta) se sumen a los 47 senadores demócratas para alcanzar las dos terceras partes exigidas por la Constitución, a efecto de declarar culpable al Presidente y removerlo de su cargo. Por eso es fundamental sumar apoyos republicanos en la Cámara de Representantes y ganar la batalla de opinión pública. Al final, más allá de lo jurídico y las pruebas contundentes que están a la vista, es una decisión política con implicaciones jurídicas.
En las semanas que lleva el proceso de “impeachment”, Trump ha mantenido su apoyo de 41% (uno de los más bajos en la historia) de acuerdo al tracking de Morning Consult. Por su parte, el apoyo del público a la idea de remover a Trump del poder vía este proceso (en lugar de las elecciones del 2020), aun cuando ha subido, todavía no consolida en los promedios de las encuestas más del 47%, a pesar de que el rechazo abierto y sólido a la continuidad de Trump en la presidencia promedia el 53%.
Y esta es la clave política: para senadores republicanos que van a la reelección en 2020 podría, según el clima de opinión nacional y en su estado, no convenirles, pese a la gravedad de los hechos, sumarse al “impeachment”, porque al perder el apoyo de la base republicana que sigue a Trump, pueden también perder contra un oponente en la primaria del partido, apoyado por el Presidente. Y para los legisladores demócratas electos en distritos con tendencia republicana, o de “electorado con comportamiento pendular” (“swing voters”), apoyar un impeachment que no prospere conllevaría también riesgos electorales. Sin embargo, hay un dato muy relevante, la más reciente encuesta de ABC News no pregunta al encuestado si está de acuerdo con remover al Presidente vía “impeachment”, sino que le interroga sobre si consideran que Trump hizo algo que está mal al exigirle al presidente de Ucrania intervenir en asuntos políticos internos contra Joe Biden (el candidato mejor colocado en las encuestas para derrotarlo) a cambio de desembolsar el apoyo militar aprobado por el Congreso. Según el citado sondeo, el 70% de los estadounidenses piensa que Trump obró mal, sin embargo solo el 51% está de acuerdo con el impeachment.
En síntesis, la gravedad de los hechos investigados es reconocida por los ciudadanos, pero su preferencia apunta a derrotar a Trump en elecciones y no removerlo del cargo a través del “impeachment”. En ese sentido, Joe Biden expresó muy claramente en días pasados que “la Cámara de Representantes no tiene opción, debe hacer cumplir la Constitución; si el proceso termina de una u otra manera en el Senado, lo importante es que la ciudadanía, sobretodo electores independientes y republicanos moderados, al ver las resultas de esta investigación dirán: esto está mal, tenemos que hacer algo”; y ese algo es votar contra Trump.
Queda claro, pues, que aún sí no se realiza el impeachment, este asunto agrega combustible a la marea de votos que se puede levantar contra Trump. Lo acontecido a principios de noviembre en elecciones regionales es muy revelador. A pesar de salir con todos los hierros a hacer campaña en los estados sólidamente republicanos de Kentucky y Louisiana, ambas gobernaciones la ganaron los demócratas. Y en Virginia, un estado que poco a poco ha girado de republicano a pendular, se ha transformado finalmente en un bastión demócrata, al punto que en 2017 este partido ganó la Gobernación, la Vice-gobernación y la Fiscalía del Estado (ya los dos senadores federales eran demócratas). Y ahora, a pesar del gerrymandering que lo impedía, las dos cámaras de la legislatura estatal pasaron, el 5 de noviembre, a manos de los demócratas por primera vez en más de dos décadas. El punto de partida de esta situación ha sido, sin duda, la terrible valoración que los electores, más allá de la base demócrata, tienen de Donald Trump y su administración.
En consecuencia, además del impacto del impeachment, los demócratas tienen narrativas, sobre asuntos de prioridad ciudadana en lo económico y lo social, que están movilizando mayorías. Y en ello se centrarán, como se hizo en Virginia, estado cuya demografía permite predecir situaciones -así como construir modelos eficaces de campañas- en estados como Florida u Ohio, lo cual puede desbancar de raíz a Trump, y lo que éste representa. Algo que muchos republicanos desean, por cierto.
Las elecciones de Virginia en 2017 marcaron la hoja de ruta para construir la mayoría demócrata en la Cámara de Representante, en las elecciones de mitad de período de 2018. Esa misma energía está presente con las recientes legislativas estadales en dicho estado, sumando ahora que Kentucky y Louisiana demuestran que ya también existe un elector anti-Trump consolidado en audiencias muy republicanas.
Trump tiene miedo. Ataca temprano a Biden, usando en su desesperación métodos inaceptables por inconstitucionales y criminales, porque las encuestas predicen que el ex-vicepresidente de Obama lo derrotaría en su afán de reelegirse. Y finalmente, no puede ganar las gobernaciones en estados tan republicanos como Kentucky y Louisiana, además de recibir una aplastante paliza electoral en Virginia, que permite modelar campañas para ganar en estados clave en el mapa de los colegios electorales. El miedo es muy mal consejero. Pero cualquiera en lugar de Trump tendría miedo, la senda crítica del “impeachment inquiry” podría no terminar en la remoción del presidente de su cargo, pero es un camino que nadie querría transitar porque en cada recodo hay un filo que le rebana apoyos y simpatías. Y eso, claro, lo saben muy bien los demócratas, que lo están esperando al final de la ruta para confrontarlo con sus múltiples y flagrantes errores.
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