El presidente de la República ha perdido el rumbo. A la derrota sufrida por el Estado en Culiacán por parte de la delincuencia organizada con su secuela de culpabilizaciones mutuas y cuya responsabilidad trasladó al Gabinete de Seguridad, le ha seguido una reacción desproporcionada contra la libertad de expresión y los medios de comunicación, acusados por desempeñar profesionalmente su trabajo de información a la sociedad y considerados adversarios de su proyecto político, para lo cual parafraseó a Gustavo Madero: “le muerden la mano a quien les quitó el bozal”, y agregó: “respeto a los perros”, ignorando a quienes con ellos se comparan. El último dislate fueron sus mensajes de este fin de semana sobre la posibilidad de un golpe de Estado en México afirmando que: “la transformación que encabezo cuenta con el respaldo de una mayoría libre y consciente, justa y amante de la legalidad y la paz, que no permitiría otro golpe de Estado en nuestro país”.
Olvida el presidente que nuestras fuerzas armadas son las más institucionalizadas de la región, que su lealtad a la democracia no está a prueba y que resulta imprudente invocar retrocesos de décadas cuando las disputas por el poder se resolvían con las armas. A esta visión se suman gobernadores de la 4T, como el de Veracruz, quienes al no ofrecer soluciones en sus estados se suman al delirio de un supuesto golpe de Estado. Esta actitud perversa se extiende a otros ámbitos del gobierno, destacando las penosas declaraciones de la Secretaría de Gobernación que con la representación presidencial avaló la vulneración del orden constitucional en Baja California, como se constata en videos que circulan en las redes sociales. Extrañamente la otrora Ministra de la Corte olvida que la norma en ningún caso tiene efectos retroactivos y que la reforma realizada a la constitución local tendrá efectos a partir de su entrada en vigor hacia adelante. La elección por dos años para la que fue electo Bonilla no se altera en sus términos.
Tiene razón el filósofo y psicólogo alemán Theodor Adorno, cuando en su obra: La Personalidad Autoritaria anuncia la aparición de una nueva especie antropológica denominada “el tipo humano autoritario”, quien combina la experiencia de la sociedad industrializada con ciertas ideas y creencias irracionales para someter a la colectividad al poder de la autoridad. Pensando en Hitler y Mussolini sostiene que la personalidad autoritaria adopta creencias políticas antidemocráticas, encontrando satisfacción en la sumisión a la autoridad y dirigiendo la agresión hacia las minorías o grupos disidentes. Esta personalidad proyecta una “voluntad de poder sobre los demás” y se caracteriza por un pensamiento rígido, prejuicioso, con actitudes conservadoras y comportamientos intolerantes y demagógicos.
La personalidad autoritaria impone su voluntad de poder y de acuerdo con la teoría psicoanalítica, tiene la característica de poseer un superego estricto que controla, a su vez, a un ego más débil incapaz de enfrentar a los impulsos. Ante estas inseguridades el líder desarrolla mecanismos de defensa de su ego proyectándolos sobre los colectivos inferiores mediante una intolerancia basada en creencias conservadoras y estereotipadas, añadiendo la creación de una visión del mundo poblado por enemigos. Por lo tanto, concluye el también fundador de la Escuela de Fráncfort, la sumisión al líder crea una visión cínica de la sociedad estableciendo una dependencia de la fuerza y de la destructividad, así como de la agresión autoritaria.