Surgen nuevos movimientos colectivos alrededor del planeta con la característica esencial de convocarse a través de las redes sociales y al margen de los partidos políticos tradicionales. La acción social expresa indignación y frustración, toma la calle y manifiesta un poder considerable. Aparecen movimientos por los derechos civiles, el ecologismo o el feminismo que frecuentemente tienen éxito y cuyos efectos imponen cambios en la política. El poder de los movimientos se manifiesta cuando los ciudadanos corrientes unen sus fuerzas para enfrentarse a las élites, a las autoridades y a sus antagonistas sociales. Crear, coordinar y mantener esta interacción es la contribución específica de la acción colectiva.
Desde los chalecos amarillos en Francia quienes luchan contra el incremento de los precios, la injusticia fiscal y mejores condiciones laborales —protesta que se replicó en Bélgica, Alemania e Italia—, hasta el movimiento de los paraguas en Hong Kong donde los ciudadanos defienden las libertades democráticas contra las imposiciones del régimen comunista chino; desde los enfrentamientos con la policía por parte de los ciudadanos catalanes cuyos líderes han sido sentenciados por los tribunales españoles a 9 y 13 años de cárcel por “incitar a la sedición”, hasta las violentas manifestaciones en Ecuador promovidas por indígenas, transportistas y diversos grupos sociales contra las duras medidas económicas impulsadas por el gobierno quien declaró el estado de excepción trasladando temporalmente la sede de los poderes a Guayaquil; desde las multitudinarias manifestaciones en Líbano tras el anuncio de nuevos impuestos, por el pésimo manejo de la crisis económica y el creciente desempleo. Las movilizaciones se han replicado en Haití, Brasil, Argentina y Colombia.
Quizá la acción colectiva más significativa ha sido la protesta que movilizó a millones de personas en Chile: estudiantes, jóvenes trabajadores, familias enteras, jubilados y sindicalistas que han dejado como saldo 20 muertos, más de 600 heridos, 2,686 detenidos, 12 violaciones sexuales por parte de los militares y muchas personas torturadas. Las imágenes del ejército reprimiendo brutalmente a los manifestantes, la declaración del estado de emergencia y los toques de queda en varias regiones del país, cosa no vista desde el retorno a la democracia en 1990 cuando cayó la dictadura de Pinochet, son impactantes. Las movilizaciones entraron en pausa cuando el gobierno canceló los incrementos al transporte y el presidente Sebastián Piñera ofreció disculpas públicas y la destitución de su gabinete para formar nuevo gobierno.
Se equivocan quienes sostienen que las rebeliones son producto del neoliberalismo o del populismo. Son acciones colectivas que no son de izquierda ni de derecha, sino que son promovidas por los de abajo contra las decisiones de los de arriba. Tiene razón el politólogo Sidney Tarrow cuando en su obra El Poder en Movimiento, afirma que las formas contenciosas de acción colectiva tienen poder porque desafían a sus oponentes, despiertan solidaridad y adquieren significado reafirmando valores comunes. Un tema al que nuestros analistas han prestado poca atención es el de la profunda desigualdad social en un contexto de recesión económica. Este año el crecimiento en Latinoamérica será del 0.2% mientras la pobreza, la precariedad y la marginación continuarán incrementándose. En nuestros países la desigualdad avanza generando enorme frustración social. Las instituciones se deterioran mientras las desigualdades crecen cuantitativa y cualitativamente. En México la política de las dádivas no resolverá las carencias del modelo económico, lo que más temprano que tarde generará masivas protestas.