Mansa Musa I, emperador de Mali a principios del Siglo XIV, es considerado por la historia como el hombre más rico que ha vivido en el planeta. Dueño de las legendarias minas de oro de Wangara que producían la mitad del oro del mundo, Musa contaba con lujos impensables para la época. 60 mil sirvientes lo atendían, preparando sus alimentos, confeccionando su ropa, atendiendo sus caprichos y actuando para divertirlo.
Musa también contrató a los mejores arquitectos ibéricos para construir su palacio, mezquitas, una gran biblioteca y una nueva capital: Tombuctú. Se dio el lujo de realizar una peregrinación a la Meca, atravesando el desierto del Sahara, con una comitiva de más de 70 mil personas e ir regalando lingotes de oro en el camino. Si convirtiéramos a valor presente y dolarizáramos la fortuna de Musa equivaldría a cuatro veces la de Bill Gates, el hombre más rico del mundo.
¡Qué bendición haber sido Mansa Musa!, ¿o no? Si lo pensamos bien, el ciudadano promedio de la actualidad vive mejor que el emperador de Mali. No vayamos tan lejos, la mayoría de las personas tienen mejores oportunidades y opciones que las que tenía la realeza europea hace siglo y medio.
Antes, los nobles morían a temprana edad de enfermedades ahora fácilmente curables, iluminaban sus casas con velas, padecían un viacrucis para viajar unos cuantos kilómetros y no tenían formas eficientes de comunicarse a la distancia.
La riqueza de un país o una persona no está determinada por la cantidad de dinero que tiene, sino por la cantidad de bienes y servicios que puede disfrutar, y esos bienes y servicios tienen que ser producidos u ofrecidos por alguien. Por eso, para medir la riqueza de un país no se considera la suma de las cuentas bancarias de sus habitantes ni la capacidad recaudatoria de su gobierno, sino su Producto Interno Bruto (PIB).
Al igual que Mansa Musa y gracias a nuestro sistema económico, también tenemos a miles de personas trabajando para nosotros, aunque no las veamos. Por unos cuantos pesos podemos disfrutar, por ejemplo, de un delicioso café. Para ello, tuvo que haber agricultores que lo sembraran y cosecharan, productores que hicieran los fertilizantes, obreros automotrices que ensamblaran los camiones donde se transportó el grano, empleados que hicieran funcionar los molinos, trabajadores que diseñaran y fabricaran las tazas, hasta los despachadores que lo sirven y cobran.
No cabe duda de que aún los más pobres actuales son más ricos que los ricos de antes, y todo esto ha sido gracias al esfuerzo de nuestros ancestros. Debemos vivir agradecidos por la época en que nos ha tocado vivir. Además, más rico no será aquel que tenga más, sino quien valore la naturaleza, a su familia, a sus amigos y necesite menos para ser feliz. Cuando creamos no ser ricos, recordemos que lo somos más que el legendario Mansa Musa.