Sobre la experiencia de escribir un libro de poesía
Una vez que termina la partida, los jugadores de ajedrez suelen conversar sobre los campos de fuerza, “regiones que se caracterizan y se diferencian por el hecho de que hay determinados acontecimientos que pueden o no tener lugar en ellas”, describe George Steiner (1929) en una crónica del campeonato mundial de la especialidad en Reikiavik, en 1973. Lo importante para los jugadores no es el escaque concreto, ni la pieza singular, reflexiona el maestro, “sino un cúmulo de acciones potenciales”.
Un buen jugador de ajedrez sabe cuándo dominar esos campos. Al principio, los cuatro escaques del centro; en el desarrollo, los flancos; al final, la región del jaque mate.
Presiento que esto sucede en algunos libros de poesía. Hacer un libro requiere tener presente lo escrito en cada pieza que lo integra. Se dice que el gran maestro Bobby Fischer poseía una memoria absoluta de las setecientas partidas que disputó en matches y torneos. Un poemario de alta manufactura nunca pierde de vista sus partes, y casi podría decirse que cada poema resguarda la imagen del conjunto.
Jorge Luis Borges pensó que el poeta escribe un solo gran poema conformado por los que concibe durante toda su vida. No creo que sea así para la mayoría de los escritores; sí creo, en cambio, que un libro de poemas delata la pericia de su autor para lograr la unidad de una serie, reunida en forma de libro.
Incurable(Era, 1987), del mexicano David Huerta (1949), es un buen ejemplo de unidad literaria, dado su largo aliento —389 páginas de poesía en nueve capítulos—; su división interna muestra no sólo un esquema general de los campos de fuerza: cada estancia es un campo amplísimo de intensidades y revelaciones que forman el tono predominante del poema, extenso, continuo, concéntrico —poco común en la poesía mexicana actual. Así, un motivo poético se reitera en otra parte, con otro tratamiento, y se revela nuevo aunque complementario a lo largo del conjunto.
Como el ajedrecista, el poeta de un libro acabado no es del todo intuitivo. El orden de sus poemas en el texto acaba siendo la argumentación de su propio concepto de poesía; sin embargo, ese concepto sólo se comprende si se le define en acción. No me refiero a que el libro se transforme en cada nueva lectura, sino al hecho de que los poemas son esos espacios de evolución y para la evolución de la poesía que le da sustento. Forman campos de fuerza. Piensa en esta alusión cuando leas un libro de poesía.