Tras la cumbre del G-20 del pasado 1º de julio, y que aglutina a las 20 economías importantes del mundo, intento comprender el impacto de la ausencia del presidente de México a dicho foro. El mandatario envió a su Secretario de Relaciones Exteriores y a su Secretario de Hacienda, además, con ellos envió una carta a los mandatarios asistentes para “disculparse” por su ausencia.
Las razones señaladas por el presidente son: es más importante la política interior que la exterior; no querer presenciar una confrontación entre China y Estado Unidos; quizá el G-20, ¿ellos representan el neoliberalismo que tanto rechaza el presidente?
No sorprende que el mandatario mexicano haya tomado esta decisión cuando desde campaña ha insistido en que el neoliberalismo es en parte uno de los males más grandes que ha sufrido nuestro país. El G-20 justamente representa en parte, la globalización y el neoliberalismo pues es, “el club” de los “ricos” y “productivos” del mundo. Siguiendo esta lógica maniquea lopez-obradorista, una constante en la voz interna y externa del presidente, no asistir a la cumbre es un acto de congruencia discursiva, al menos retórica, no tanto en la praxis, al menos no todavía.
Me explico, por un lado, el presidente rechaza al neoliberalismo, por otro lado, toma algunas medidas que, durante años los organismos financieros internacionales sugerían a los países “en vías de desarrollo” como la disminución de la burocracia, la disminución del gasto público etc.
Independientemente de su ideología, lo que resulta relevante es saber cuál o cuáles serán las consecuencias de la ausencia del presidente a la cumbre.
Yo veo varias interesantes, el presidente no tiene interés en mirar hacia fuera de México, y sus motivos tendrá, no obstante, espero que esté listo para administrar las consecuencias de ello; me explico, en diplomacia como en política, la forma es fondo, el mensaje del presidente López es: no me interesa lo que hay afuera, al menos no en la misma medida que algunos de mis pares; la economía tampoco es una prioridad para mi gobierno, lo es el desarrollo social, que no necesariamente significa crecimiento económico y en parte tiene mucha razón, el reto es verdaderamente conseguirlo sin priorizar la economía.
El mensaje que envía el presidente tanto hacia dentro como fuera de México es que la política exterior no será una prioridad salvo que de Estados Unidos se trate. Lo señalo precisamente por la crisis migratoria y arancelarias de este año.
Quizá esta postura tiene que ver con los fantasmas históricos de nuestra economía y los complejos sociales mexicanos más profundos. Los primeros, la vía de la dependencia, la explotación de los recursos naturales y las trampas ideológicas al servicio de potencias extranjeras. Los segundos, tienen que ver con ese complejo de inferioridad de los mexicanos que nos hace adorar, temer o amar todo lo que no provenga de nuestra tierra o de nuestros paisanos.
Ante una potencial desaceleración económica global la estrategia (o no estrategia) del presidente López puede resultar atinada si consigue efectivamente reactivar la industria nacional, apuesta por el desarrollo tecnológico y el campo mexicanos generando un entorno más propicio para el crecimiento desde dentro, dependiendo menos de lo externo, de lo contrario, el aislacionismo puede ser letal para todos.
Como diría mi madre: “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”
Carlos Gonzalo Blanco Rodríguez
Abogado internacionalista y catedrático universitario.
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