En el siglo de la tecnología y ciencias avanzadas, resulta sorprendente que surjan categorías históricas que reproducen los tiempos de la Edad Media. El destacado filósofo francés Alan Minc en su extraordinaria obra de lectura obligada Le Noveau Moyen Age (El Nuevo Medievo), publicada en los años ochenta del siglo pasado, advertía que, inusitadamente, la humanidad reeditaba las conductas violentas de los años oscuros de la historia. Fue premonitorio y de alguna manera ingenuo. La revisión de un solo día de la prensa actual supera con mucho sus pesimistas pronósticos.
Es sorpréndete que los hombre que ejercen el poder, quienes son –o deberían ser- los más informados sobre los peligros que asolan a los ciudadanos, sean los primeros en alimentar conductas destructivas e involutivas. La irrupción de las redes sociales, muchas de ellas manipuladas desde obscuros centros de contrainteligencia política, se convierten en alimentadoras del radicalismo político y de la discordia con fines solo entendibles por los pírricos beneficios que producen.
El Presidente López Obrador, es una de las víctimas y, ciertamente, uno de los principales perpetradores, lo haga conscientemente o no. Conforme se acentúa su “personal estilo de gobernar”, se hace más evidente la debilidad que manifiesta en el excesivo uso del atrio para abordar caóticamente todo tipo de asuntos de Estado; desde políticas reservadas como las negociaciones de alto nivel en las relaciones internacionales, hasta el más nimio y superficial asunto que destella en su mente exhausta y sobrecalentada por la incontenible verborrea de la que hace alarde en sus inocuas “mañaneras” y placeos de corte electoral.
El riesgo implícito es que en la sociedad el debate alcanza dimensiones alarmantes. La irrupción de fanatismos en columnas y sesiones televisivas se ha instaurado a toda hora. Por lo menos una docena de jóvenes preparados y otro tanto de obsoletos voceros de una izquierda extraviada, pero intransigentes en defensa de sus ideologías y prohijados por el régimen, constituyen la fuerza de tarea (Task force) que participa en los escenarios políticos defendiendo, a capa y espada, cualquier acción de su iluminado líder; por absurda o desafortunada que está sea (Gibran Ramírez, Hernán Gómez o el inefable Alfredo Jalife…). Del otro lado, el ejercito de mercenarios de la cúpula empresarial como los nefastos Carlos Marín y Ricardo Alemán o el pseudo-historiador de fácil adjetivo irreverente Martín Moreno, que no desaprovechan ocasión para denostar cualquier acción de gobierno.
Pero, en todo caso, la carga de la responsabilidad está del lado del Presidente AMLO quien debería reflexionar y corregir sus erráticas conductas, o prepararse para ingresar al selecto grupo de políticos aborrecidos (Echeverría, López Portillo, Salinas, Fox, Calderón o Peña) que han dañado irreparablemente a nuestra gran nación.