Hace 29 años la Organización Mundial de la Salud consideraba a la homosexualidad una enfermedad mental. Fue el 17 de mayo de 1990 cuando su Asamblea General decidió retirarla de la lista de trastornos psicológicos. Por ello, esta semana recordaremos el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia que movilizó por primera vez a la comunidad internacional en el 2005 con el objetivo de visibilizar la discriminación que sufren homosexuales, transexuales y bisexuales. La homofobia representa una exclusión social basada en la orientación sexual que permitió la constitución de un Estado Terapéutico. Durante décadas prevaleció una visión punitiva y penal que produjo prácticas como el regeneracionismo, las experimentaciones sobre la eugenesia o la higiene social y la creación de centros de reclusión para pervertidos, dando vida a una moral colectiva excluyente y discriminatoria.
La metáfora del Estado Terapéutico la debemos al cineasta Fritz Lang, quien imagina un gran hospital en el que miles de pacientes resignados marchan en fila hacia sus terribles portones, donde son analizados mediante un sistema que los ilumina para proyectar sobre una pantalla el espectro de sus deseos inconscientes. Los supervisores leen estos diagramas y detienen al inspeccionado cuando se produce una interferencia anunciada por una luz roja, lo que motiva su separación y traslado a la sala de terapia intensiva en la que el Estado se hará cargo de él. La planificación de la salud obliga a los individuos y el que no cumple con los requisitos médicos queda fuera de la legalidad: no consigue trabajo, no obtiene certificado de matrimonio y, en ocasiones, ni siquiera se le permite morir. Una de las realidades del siglo XXI es que los cuerpos ya no nos pertenecen en exclusividad. Arrebatados por los departamentos de planificación forman parte del rubro de las estadísticas.
La homofobia es una reacción negativa e intolerante frente a la homosexualidad, que se manifiesta a través de violencia real y simbólica. Es cultural e institucionalizada y a ella concurren el sexismo, el heterosexismo, la medicalización de la sexualidad, además de la religión. Una forma de homofobia es el segregacionismo, que acepta la diversidad sexual a condición de que esté circunscrita a la vida privada. Los crímenes por homofobia son muy comunes. Actualmente, alrededor de 70 países criminalizan la homosexualidad con duras penas de prisión, cadena perpetua y pena de muerte.
Un pendiente de la democratización mexicana es consolidar el principio del moderno orden jurídico, según el cual: “la ley es igual para todos”. Existen diferentes interpretaciones de este principio en función de la entidad federativa de que se trate, sobre todo, respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo. La Suprema Corte de Justicia de la Nación emitió una tesis jurisprudencial (43/2015), que declara inconstitucionales las leyes de los estados donde el matrimonio es entendido como la unión entre un hombre y una mujer. De acuerdo con la resolución, el único fin del matrimonio es la protección de la familia, no la procreación.
La discriminación por homofobia aún persiste incluso en los sistemas democráticos. El declive de las sociedades homogéneas ha permitido la aparición de nuevos grupos y movimientos con su propia identidad. Para hacer realidad los derechos humanos se precisan no solamente cambios a las leyes, sino también nuevas políticas y prácticas institucionales orientadas a rechazar cualquier forma de moral colectiva.