El pasado 30 de abril se dio a conocer el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2014del gobierno de López Obrador, un documento de apenas 64 páginas que dedica al sector Cultura cuatro párrafos (la página 46) eminentemente retóricos, sin estrategias ni líneas de acción.
Esas líneas contrastan con el documento generado por Alejandra Frausto (actual titular de la Secretaría de Cultura) publicado el 19 de junio de 2018 titulado El poder de la cultura, que en 16 páginas sintetiza principios y líneas de acción en materia de política cultural. Esos principios son los siguientes: 1. La cultura es un derecho humano. 2. La cultura es incluyente.
- Todos tienen derecho a la cultura y a la creación, y 4. La cultura requiere vinculación comunitaria.
El documento de junio de 2018 define siete ejes: 1. Redistribución de la riqueza cultural, 2. Cultura para la paz y la convivencia, 3. Economía cultural, 4. Agenda digital, 5. Jóvenes en la cultura, 6. Vida creativa (nuevos modelos de estudios culturales y artísticos), y 7. Herramientas institucionales (transformar las instituciones), bajo los cuales hay 33 líneas de trabajo que van desde intercambiar expresiones culturales entre distintas regiones del país, reorientar el servicio social de estudiantes, organizar maratones de creación colectiva para encontrar soluciones a los problemas culturales de las comunidades, reducir los gastos de operación inherentes al quehacer institucional en la materia y crear incentivos fiscales para “sistematizar” la participación de la iniciativa privada en la cultura.
Uno esperaba que el Plan de Desarrollo 2019-2024 explicara con mayor amplitud esas premisas, pero no, el Plan se limita a enunciar que “nadie debe ser excluido a las actividades y los circuitos de la cultura”, y para ello “el gobierno federal priorizará en éste las necesidades de los sectores más marginados, indefensos y depauperados, e impulsará una vigorosa acción cultural en las zonas más pobres del país”.
El Plan describe que la Secretaría del ramo “promoverá la difusión, el enriquecimiento y la consolidación de la vasta diversidad cultural que posee el país y trabajará en estrecho contacto con las poblaciones para conocer de primera mano sus necesidades y aspiraciones en materia cultura”, y reitera que la actividad cultural “debe poblar los barrios y las comunidades y hacerse presente allí en donde es más necesaria, que son los entornos sociales más afectados por la pobreza, la desintegración social y familiar, las adicciones y la violencia delictiva”.
Hasta ahí. El Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 no describe cómo logrará esas sentencias ni si se contará con el presupuesto suficiente para ello. En ese sentido, lo que significaba una oportunidad para ahondar en la política pública y situar el papel de los sectores en la rectoría de la cultura, se ha quedado en el tintero de lo inédito. Una vez más, se corrobora que las políticas públicas dependen de una voluntad individual, sin concierto ni orden, sin planeación ni presupuestación a largo plazo, lo cual se traduce en un mínimo impacto en la dinámica actual de la Cultura como sector estratégico para el desarrollo nacional. Eso auguraba yo en este mismo espacio desde julio de 2018. Odio tener la razón.
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