El ejercicio siempre ha sido parte importante de mi vida. Nunca tuve problemas de sobrepeso ni inseguridad con mi cuerpo, salvo por mis pies “deformes” que me daban pena. Sin embargo, más allá de un problema de estética, jamás cruzó por mi cabeza la idea de que algún día esa “deformidad” me traería complicaciones de salud.
Y así fue. Mi juanete izquierdo no aguantó las arduas caminatas que hicimos Uzz y yo para conocer la ciudad, por lo que en enero de 2018 tuve que someterme a una doble osteotomía. En pocas palabras, dicha cirugía consiste en “romper” en dos partes el hueso del dedo gordo hasta el empeine para luego fijarlas con cuatro tornillos quirúrgicos.
Se siente exactamente como suena. La cirugía duró aproximadamente cinco horas (más otras dos en la sala de recuperación) en las que la única complicación fue una alergia a la anestesia que me detuvo la respiración brevemente. No podía despertar y cuando lo hice sufrí los efectos de un “mal viaje”. Pero todo se remedió relativamente rápido y la única consecuencia fue un fuerte vértigo que me duró una semana, acompañado de una migraña espantosa.
Cuando se pasaron los efectos de la anestesia el dolor en el pie era insoportable, a pesar de las múltiples pastillas que me mandó el doctor. Nunca había sentido algo semejante. No obstante, no se comparaba en lo más mínimo a la depresión y sufrimiento que sentí al separarme de mi esposo y de mi perro. Vivimos en un departamento dividido en tres niveles que se ubica en el cuarto piso de un edificio sin elevador, por lo que era imposible llevar la convalecencia en mi propia casa, dado que la recuperación exigía que mantuviera el pie en alto en todo momento y sin apoyarlo en el piso durante al menos un mes después de la cirugía, así que amablemente me albergaron mis padres en su amplia residencia ubicada en Calimaya, Estado de México, a 74 kilómetros de mi hogar.
Justo un día después de la cirugía, me trasladaron directamente del hospital que se encontraba a unas cuantas cuadras de mi casa. El trayecto fue terrible, me sentía fatal. Cuando llegamos, lo único que quería era acostarme en mi cama, besar a mi esposo y abrazar a mi perro… pero ni Uzz ni Boogie estaban conmigo. Aunque mis papás y mis hermanos me dieron todo su apoyo y cariño, yo necesitaba mi núcleo familiar a mi lado.
Aunado a lo anterior, las consecuencias de no poder caminar y de sentirme “enferma” fulminaron la idea de “cuidarme” haciendo dieta. Me dio una ansiedad inmensa que solo pude saciar comiendo. Todo el tiempo tenía hambre. Justo estaba de vacaciones en la escuela, así que intenté distraerme leyendo todo lo que pudiera, tocando mi teclado, escuchando música y viendo todo el catálogo de Netflix. Al menos salieron cosas buenas de esa experiencia, porque pude componer mis primeras canciones. Pero la depresión no cesaba.
Uzz fue a visitarme los fines de semana, pero sin Boogie porque no teníamos carro. Los extrañaba demasiado y el tiempo no era suficiente para estar con el amor de mi vida. Cada vez que se iba me deprimía con más fuerza y la estadía se me hizo eterna.
En un mes de estar acostada las 24 horas, subí 8 kilos. Quizás no fue demasiado, no lo sé, pero para mí era un motivo más para sumirme en mi depresión porque nunca había subido tanto de peso. Sin embargo, no me veía “gorda” ante los ojos de la gente, debido a mi esbeltez. Pero yo no me sentía bien aunque traté de ser positiva, gracias a los ánimos que todos me propinaban, especialmente Uziel quien me insistía en que bajaría rápidamente de peso, aunque yo no lo creía.
La depresión aumentó cuando regresé a mi casa y Boogie estaba enojado conmigo. Me recibió con muchísima emoción y amor, pero después me regaló esa actitud de “enojo”, como si lo hubiera abandonado. No me hacía caso y tardó un par de meses en volver a ser el mismo de antes.
Exactamente al mes de la cirugía, acudí a revisión con el doctor. Me quitó el vendaje y vi por primera vez mi pie derechito y sin esa “deformidad” que surgió desde que tenía 14 años de edad. Estaba morado y cicatrizado, pero nunca había visto mi pie tan bonito. Esa felicidad duró aproximadamente un minuto, antes de que el doctor me pidiera “posar” delicadamente mi pie en el piso. El dolor fue horrible. Mi pie no había tocado nada durante un mes, se sentía un hormigueo incesante. Absurdamente creí que cuando me quitaran el vendaje podría empezar a caminar de inmediato, pero eso sucedería un mes después, cuando terminara las 25 sesiones de terapia de rehabilitación. Aún así, tardé otro mes más en “empezar” a caminar correctamente.
Uzz me dio, como siempre, además de sus ánimos, el mejor regalo: me inscribió de sorpresa en el Smart Fit. Fue justamente en abril de 2018 cuando ingresé a un gimnasio por primera vez después de aproximadamente 10 años o más, aunque nunca dejé de hacer ejercicio en mi casa y con mis propios medios.
Sin embargo, el gusto me duró escasos dos meses porque uno de los tornillos del pie se “salió”, algo totalmente fuera de lo común, según el doctor. Nuevamente sentí un dolor terrible cuando íbamos caminando al salir de una entrevista de radio con L.E.D.S., justo cuando pretendíamos retomar la música. El resultado fue una nueva cirugía para retirar los cuatro tornillos. Otra vez tuve que estar un mes en cama y uno más en rehabilitación. Fue como volver a empezar todo de nuevo.
En septiembre regresé al gimnasio y le metí con todo, a pesar de las recomendaciones de que fuera poco a poco con mi pie. Sí tuve cuidado, pero mi determinación era volver a ponerme en forma lo antes posible, así que le exigí a mi cuerpo como nunca lo había hecho. Si bien no estaba flácida gracias al par de meses de activación física entre ambas cirugías, el sobrepeso me hacía sentir insegura y me había salido muchísima celulitis, entre otras cuestiones antes desconocidas para mí.
Mi determinación era viendo a futuro: quería llegar a anciana sintiéndome fuerte y capaz de valerme por mí misma, pues no quería volver a sentirme inútil, ni sentir que no podía caminar yo sola, que me tenían que llevar la comida a la cama o ayudarme a bañarme y hacer mis necesidades fisiológicas. Esa motivación me llevó no solo a recuperar mi peso anterior en un lapso de seis meses ininterrumpidos, sino que conseguí un cuerpo que no había tenido en mucho tiempo. Si lo puedes imaginar, lo puedes lograr.
Les platico esto porque quiero inspirar a la gente a cuidar su templo. El cuerpo es nuestro vehículo para transitar en el plano material. Mientras más sanos y fuertes estemos, más tiempo duraremos con vida, valiéndonos por nosotros mismos y siendo productivos para un propósito mayor: el de servir a otros.
La mente nunca he dejado de nutrirla por medio del estudio y mi alma o esencia ha seguido creciendo por medio de la música. Mientras cuidemos esos tres pilares (mente, cuerpo y espíritu) podremos trascender como seres de luz e inspirar a otros con nuestro ejemplo.
La vida es hermosa y cada día es una oportunidad para mejorar como personas, para cuidarnos a nosotros mismos, cuidar a otros y cuidar nuestro planeta. Créanme, no se arrepentirán. Los conformistas sobreviven, pero los valientes son los que viven.
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