Este Domingo de Ramos te recuerdo que la Cuaresma termina el Jueves Santo por la mañana, por la tarde se vive la introducción al misterio Pascual cuyo triduo es Viernes, Sábado y Domingo.
Hoy me centraré en la Pasión de Jesús según san Lucas porque este año reflexionamos en torno a su relato (22, 14-23, 56). La Pascua de Jesús es la liberación del pecado y el comienzo de la Iglesia como nuevo pueblo de Dios. En este relato de san Lucas, Jesús empieza con el vaso de vino en lugar del pan.
A una Iglesia actual como la nuestra con muchas bendiciones pero también con notables divisiones por ideas, creencias y conveniencias habrá que recordarnos los unos a los otros el sacrificio de Jesús en su realidad física, pero también en su aspecto moral y emocional de aquel que nos ha amado, nos ama y nos seguirá amando cuya pasión inicia en Getsemaní y se verá traicionado, negado y abandonado.
El vaso de vino que Jesús toma después del pan es el que corresponde al Pacto, en eso pone énfasis san Lucas, y como Moisés (Éxodo 24,6-8) Jesús vertió su sangre sobre el nuevo pacto o alianza eterna, pues somos salvados por su sangre. Se trata del vaso dividido que debe unir a los discípulos. Se trata de la Sangre de Jesús que en la Cena Santa anticipa, en vino vertido y dividido para estar unido, lo que la cruz realiza y en la misa se actualiza.
Ahora te invito a ver el lado divino de esta Semana llamada Santa. Ante todo el juicio a Jesús realmente es un juicio de Dios a las autoridades religiosas del tiempo de Jesús y a la muchedumbre, pues ante todo brilla más la divinidad de Jesús que su padeciente humanidad, él no tiene miedo ni muestra debilidades, dejó cualquier tentación en su inicial agonía en Getsemaní. Por eso cada vez que tú no reconoces el poder de Dios en aquel que fue crucificado estás renunciando a ser salvado y a tener un encuentro personal con Jesús vivo que te quiere vivo. La sangre simboliza el fluir de la vida por eso Jesús la vertió y la dio. Dicha salvación es hoy para ti para mi y para todos, porque de otro modo lo que está dividido está perdido. Mira bien, no es la Iglesia la que está dividida, lo estamos algunos de nosotros cuando queremos un dios a nuestra medida, y no queremos el querer de Dios a su medida cuya misericordia se ha colmado en el cáliz de la salvación. Vuélvete al Pacto o Alianza del cáliz de la unidad y deja tus ideas meramente humanas para abrirte a la visión de Dios. Te aseguro que Dios va a sorprendernos con su Pacto en el Papa Francisco que ha entendido muy bien este misterio de división al interior de la Iglesia.
Amén, amén, Santísima Trinidad.
*El Autor es Profesor en la Universidad Autónoma del Estado de México.
Estudió Sacerdote y Especialidad en Bioética en U.A.E.M.
Estudió en el Seminario Diocesano de Toluca.
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