TE QUIERO, TE AMO

II sábado de cuaresma
17º día de cuaresma

Daniel Valdez García

Estimados hermanos y hermanas en Cristo Jesús.

He dicho que de manera muy especial los mexicanos somos empáticos con el Evangelio, el sufrimiento redentor de Cristo porque somos testigos de su inmenso amor hasta dar la vida por cada uno de nosotros.

El evangelista san Lucas era médico griego y venía de una cultura donde los dioses eran crueles y egoístas, por eso le deslumbró y apasionó la MISERICORDIA y así lo hace patente en su evangelio y en el libro de los Hechos de los apóstoles.

Misericordia es una palabra que en hebreo se dice “Rajamín” y significa “amar entrañablemente como lo hace un padre o una madre con el hijo de sus entrañas”. En griego es casi lo mismo “Miser” significa sencillo, humilde, entrañable, “Cor” que significa corazón.

Hay personas que muchas veces, a pesar de sentirse amados huyen de las personas y de los lugares. Eso pasó en el relato de la parábola del hijo pródigo, que más bien se debería llamar EL PADRE MISERICORDIOSO.

Las personas no se van porque quieran conocer mundo, sino que muchas veces se trata de una rebelión desafiante. Un cambio radical ante los valores y principios que se han recibido. Se va en búsqueda de otros amores esperando encontrar en otros lugares lo que en casa no se es capaz de encontrar. Y precisamente me quedé pensando en esto porque ayer en el llamado “camino catecumenal con los nuevos matrimonios” se habló de la diferencia entre información y comunicación.

Me queda claro que muchas familia se quedan en el nivel de INFORMACIÓN, por ejemplo, las tradicionales preguntas y sus consecuentes respuestas: ¿cómo estás?, ¿cómo te fue?, ¿cómo te sientes?, etc. y la gran mayoría de las respuestas son BIEN. También se habla de deudas, de pagos, de costos, de requerimientos y otros aspectos que son meramente informativos. No hay comunicación.

El hijo de la parábola que se queja del hermano que se fue nos deja ver que se mueve en el nivel de información: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha gastado tus bienes con malas mujeres, matas el becerro gordo».

La huida representa la gran tragedia de quién se ha vuelto sordo al amor, es irse con orgullo y bienes que dan cierta seguridad. Y cuanto más nos alejamos nos hacemos más incapaces de oír al amor entrañable o misericordioso.

Lo más importante es que el amor no obliga, no impone ni retiene a ningún precio, y nos deja encontrar la propia vida. Cuando esto sucede con Dios es maravillosamente increíble porque descubrimos que su amor nos hace libres y nos espera con los brazos abiertos. Muchas veces he pensado poner un letrero a Cristo, crucificado y con los brazos abiertos, que diga “se solicitan pecadores”. Pues eso es lo que hizo que el hijo pródigo volviera: «Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».

Ese hijo estaba perdido, estaba muerto. El padre misericordioso dice que lo ha encontrado y ha vuelto a la vida. Y fue la confianza en ese amor de su padre lo que le hizo volver, el padre lo abrazo, lo besa, ordena vestido, anillo y sandalias.

Concluyamos: si quieres amar y ser amado no te quedes en informar y menos en responder diciendo a todo: “bien”, eso lo dice quien no quiere comunicar, en orgullo y arrogancia se quieren alejar o te quieren mantener lejos.

Amar es comunicar, y comunicación es acción, escucha atenta sin aconsejar, agredir, sino saber ESTAR. Dialogar no es contar solo problemas y sufrimientos, sino también sueños, anhelos, esperanza y deseos. Comunicar y dialogar no es pelear, ni discutir, sino recibir, acoger y contener como lo hizo el padre misericordioso de la parábola, como lo hace Dios contigo y conmigo.

Te quiero, te amo, es el gran secreto de Dios que nos hace libres para ser felices, que nos permite salir y nos enseña a no huir.

Amén, amén, Señor Jesús.