Órale Politics! – Estudiantes amigues

 

Por Gustavo Cano

Y bueno, he dado clases a nivel universitario durante más de 30 años de forma más o menos ininterrumpida. He de agradecer a mis estudiantes esas inyecciones de juventud e ingeniosa inventiva que tanto caracteriza a las generaciones conforme pasan y pasan, una tras otra. A ellos, ellas y elles les dedico esta breve pieza, como muestra de agradecimiento y del gran cariño que les tengo y que generalmente no muestro, ni demuestro.  Mi labor docente se divide en dos, la llevada a cabo en México y la llevada a cabo en los Estados Unidos, dos mundos completamente aparte en lo que a labor docente concierne.

Primero me gustaría aclarar un par de cosas. En estas líneas no hago referencia específica al nombre de ninguno de mis estudiantes del pasado. Esto por respeto a su persona, su identidad y su manera de ser. Lo otro es que nunca he escrito, ni escribiré, sobre los estudiantes donde actualmente laboro. Generalmente me topo con tres tipos de estudiantes en las aulas: Los excelentes, los fuera de serie, the chosen ones… Luego los pésimos, los que difícilmente se hallan a sí mismos, les enfants terribles… y el resto.  Uno difícilmente olvida los dos primeros.

En relación a los estudiantes excelentes, pues hay poco que decir. Son personas que saben lo que quieren, que se conocen a sí mismos y que ejercen un liderazgo natural sobre el resto de la humanidad, incluyendo al que aquí escribe. Su inteligencia es fuera de serie y disfruto enormemente sus participaciones en clase o las conversaciones casuales con ellos en mi cubículo o en el campus universitario: siempre aprendo algo de ellos. Me encanta jugar ajedrez con ellos y ellas y generalmente les gano, aunque cuando ellos o ellas me ganan, como que se quedan con la impresión de que les di chance, pero no, yo jamás doy chance en el ajedrez. Muchos de ellos y ellas se frustran cuando sus planes de vida como que no salen bien, pero tarde o temprano hallan la manera de salir adelante, aprenden de sus raros errores y hasta disfrutan del proceso cuando se dan cuenta de que los dados fueron echados desde que ellos tenían 0-6 años, el resto es destino consumado. Algunos de estos estudiantes son clasificados por otros profesores como estudiantes problemáticos, sin oficio ni beneficio y que además no dan una en su clase. Para mí no, al contrario, es un verdadero honor y placer tenerlos en mi clase y convivir con ellos por algunas horas a la semana.

Luego están los “sapitos de aguas negras”, como alguna vez los adjetivó la Señorita Conchita, mi maestra de segundo de primaria. Aunque en realidad creo que es un señalamiento propio del siglo XX para dar a entender, desde una perspectiva docente, que un estudiante no tenía futuro como tal. En lo personal me he topado con casos muy locos, más que sapitos apestosos sin remedio.

En Estados Unidos, una vez un estudiante me dijo que yo era un idiota por no ser capaz de modificar mi sistema de calificación ya casi al final del semestre. Alguna vez una estudiante india me echó a su mamá para que le modificara su calificación, ya que ellos “no pagaban esas colegiaturas para que su hija sacara un 9” (obvio no cambié calificación alguna). Alguna vez un estudiante me enseñó orgullosamente la AK 47 que guardaba en su camioneta.  También en los USofA otro estudiante expuso sus prejuicios anti inmigrantes contra los mexicanos, ya que él no sabía que yo era mexicano.

En México también hubo garbanzos de a libra. Los ha habido quienes muy disimuladamente han querido comprar la calificación. Alguna vez, una estudiante de maestría me quiso chantajear: me pidió la revisión del trabajo final bajo el argumento de que ella y unos cinco compañeres habían realizado en la computadora de su casa el trabajo final. Tengo entendido que ella posteriormente se metió en los archivos de su computadora y revisó el trabajo de sus compañerites. Luego se enteró de la calificación final de todos ellos y se inconformó con la suya ya que, según ella, sus compañerites fueron calificados de manera sesgada a la alza y ella no. Yo no creía lo que me estaba diciendo, estaba anonadado. Le pedí que me proporcionara los nombres de los compañeritos supuestamente beneficiados para que yo volviese a calificar su trabajo final y corregir su calificación si así lo ameritaba. Ella no únicamente se negó a darme los nombres de “sus amigos”, sino que hasta se ofendió, qué cómo era posible que le pidiera eso… Ojalá hubieran tomado una foto de mi cara en ese momento para la auténtica posteridad.

Finalmente volví a calificar el trabajo de la estudiante delincuente (porque tenía derecho a la revisión del trabajo final de todas maneras) y su calificación final del curso se modificó a la alza con +0.2 puntos después de la revisión. Voluntariamente entregué los trabajos finales a la dirección de la maestría y me puse a la orden para cualquier aclaración al respecto. También decidí no volver a dar clase en ese programa.

Después de algunas experiencias en clase con estudiantes mexicanes que se enojaban de forma extraordinaria por cosas infantiles o de plano surrealistas, llegué a la conclusión de que a mayor nivel socioeconómico, mayor la complejidad de su problemática conducta en la universidad. Ojo: si es gente con dinero, no quiere decir que se comporten del cocol en el salón de clase, sino que la gente con dinero que se porta del cocol, lo hace de manera muy destructiva y se la pasa buscando al prójimo para descargarle en la cara los rayos que ellos llevan dentro.  Dichos estudiantes tan sólo reflejan la problemática que han vivido y viven en su maltrecho hogar. El dinero nunca ha sido un buen educador. A este respecto, me acuerdo muy bien de un joven muy carismático e inteligente que iba de manera esporádica a la universidad y finalmente se presentó todo drogado a un examen extraordinario. Mejor me lo llevé a la cafetería y le invité un café. Su estado no le permitió sostener conversación alguna y ese día yo acabé muy triste. También me acuerdo muy bien del burrazo que entró a mi salón a mitad de la clase para buscar no sé qué cosa en las bancas. Sin pedir permiso, sin dar las gracias ni nada, como si el grupo entero no existiese con todo y profesor. El compadrito cargaba en su pescuezo un rosario gigante de madera, supongo que a manera de detente…

Hace 30 años aproximadamente la juventud escuchaba y bailaba al son de Falco, George Michael, Depeche Mode, Madonna, INXS, R.E.M., Nirvana, etc. Actualmente escuchan… definitivamente otras cosas. Hace 30 años tampoco existían ni Facebook, ni Twitter. Hace 30 años los estudiantes no eran tan egocéntricos como ahora, ni se quejaban de todo. Aunque hay cosas que no han cambiado: su hermosa y galopante juventud, su insaciable curiosidad por el futuro y una constante reestructuración de sí mismos, para bien o para mal…

Recuerdo muy bien a los estudiantes que me han ofrecido su franca camaradería y estudiantes cuyas sonrisas o carcajadas me levantaron el ánimo en días grises. También aprecio en demasía dos tipos de estudiantes: los y las que se me paran enfrente y me dicen que quieren formar parte de mi equipo de investigación; y los y las estudiantes que alguna vez se asomaron en mi cubículo para decirme: “Oiga profe, ¡hoy es mi cumpleaños!”  Gracias a todos ellos, de todo corazón.

Finalmente recuerdo con especial respeto y afección a los y las estudiantes que fueron abusad@s sexualmente en su niñez y que tuvieron la entereza y confianza de comentármelo para que yo los orientase a ese respecto. También recuerdo con especial cariño a los y las estudiantes que compartieron conmigo su presente saturado de adicciones: drogas, alcohol, conductas obsesivo-compulsivas, con el fin de que yo los orientase. Por último, pero no por ello menos importante, quiero externar mis más cálidos, amorosos y efusivos recuerdos para aquellos estudiantes que únicamente se me adelantaron en el devenir de esta hermosa vida.  Los padres jamás deben enterrar a sus hijos, jamás. Pero así es esta vida, cuando acontece no hay nada que hacer. La vida sigue, un día a la vez, una clase a la vez, hasta el último día.