México fragmentado

Antero Carmona columnista

Por Antero Carmona

En los últimos años México ha vivido diversos cambios, ya sea políticos, económicos, sociales, entre otros, desafortunadamente, las trasformaciones que han vivido nuestros ecosistemas han sido excesivos y en muchos casos alarmantes.

Pareciera que la responsabilidad por ser uno de los 10 países con mayor diversidad biológica en el Planeta no es de interés en la agenda política. México se ubica a nivel mundial entre las 10 naciones con mayor deforestación y entre los 5 primeros lugares de deforestación en América Latina, además, de que 2,678 especies de flora y fauna silvestre se encuentren en alguna categoría de riesgo de extinción por la NOM-059-SEMARNAT-2010; siendo los grandes megaproyectos de infraestructura, mineros, petroleros, energéticos, desarrollos urbanos, turísticos y de expansión de la frontera agropecuaria, una de las principales causas del deterioro, pérdida, destrucción y fragmentación de los ecosistemas.

Paradójicamente, los sistemas clientelares para atraer inversión y la flexibilidad política –con supuestos modelos sustentables–, han generado la imposición de modelos productivos y de desarrollo especulativos a costa de los recursos naturales, dando como resultado la fragmentación de los ecosistemas.

En la historia de México, la pérdida y fragmentación de los ecosistemas –principalmente boques– inició con la repartición masiva de tierras, dando paso a la ganadería y agricultura. Inicialmente se expropiaban tierras hacendarias para otorgarlas a los campesinos; posteriormente, comenzó el parcelamiento incluso, de importantes áreas forestales.

La fragmentación inicia con la transformación del paisaje, con el objetivo de abrir tierras de cultivo, crear pastizales para el ganado, construir presas y caminos, posteriormente para el desarrollo urbano e industrial. Una vez que inicia un proceso de fragmentación, desencadena una serie de alteraciones en los procesos ecológicos y por consecuencia, impacta a las poblaciones y comunidades de flora y fauna silvestre, a los suelos y a los cuerpos de agua, que responden al cambio de la nueva estructura.

La principal consecuencia de la fragmentación es el aislamiento de las poblaciones de flora y fauna, especialmente de aquellas especies que tienen poca movilidad, siendo comúnmente especies pequeñas y sin la capacidad para poder escapar. Estas especies que quedan atrapadas, aisladas en las zonas fragmentadas tienen mayor riesgo de desaparecer, debido a su tamaño y vulnerabilidad a las perturbaciones naturales como; incendios forestales, inundaciones, presencia de especies invasoras, entre otras. Además, al tener menor número de individuos y estar aisladas, aumentan sus relaciones de parentesco y se reduce su variabilidad genética debido a la consanguinidad.

Desgraciadamente, el problema no termina ahí, junto con la disminución de las poblaciones de fauna silvestres, disminuye también la posibilidad de restaurar el ambiente. Una de las principales funciones de la fauna que se alimenta de frutos, es la de dar mantenimiento al ecosistema mediante la dispersión de semillas. Si no hay dispersores, por ejemplo; pericos y monos araña –actualmente en peligro de extinción– la selva no se regenera, además, se empobrece los servicios ambientales que nos brindan.

En los últimos años, se han entregado proyectos extractivos y de infraestructura sin ninguna consulta a las comunidades de las regiones, vulnerando sus derechos y agudizando la desigualdad, pobreza y rezago, además, para su realización, se ha asumido una posición oscura y de omisión sobre los controles normativos que garanticen el correcto desarrollo, compensación, mitigación y conclusión de las obras.

Ante estos nuevos retos, se debe restringir los proyectos que intensifiquen el impacto sobre los recursos naturales y reorientar el desarrollo a escenarios más sostenibles. Modificar los procesos industriales y administrativos con apertura a los cambios tecnológicos y a las nuevas exigencias sociales y ambientales, con el objetivo de garantizar el bienestar generalizado de la población. Reconocer al conocimiento científico, la investigación e innovación, como herramientas en la toma de decisiones e incorporar, a su vez, los conocimientos locales, al mismo tiempo, transparentar los procesos técnico-administrativos de consulta a las comunidades.

De continuar a este ritmo, entraremos a una franca fragilidad, no sólo mermando los sistemas naturales –ya que seremos susceptibles ante el cambio climático y a futuras pandemias–, la implicación y los altos costos también serán sociales y económicos.