LOS NUEVOS TIEMPOS

Latitud Megalópolis

 

Parece consolidarse como parte natural de la humanidad, aquella actitud juvenil de declararle la guerra a todo lo que considera viejo y anticuado, así como la actitud añeja de condenar todo acto contrario al canon de sus tiempos.

La batalla encarnizada entre lo nuevo y lo viejo parece que no termina nunca. Lo que antes era correcto, hoy es más que un acto barbárico proveniente de la época de las cavernas.

“En mis tiempos”, se consolida como una frase recurrente al crecer; inmortal, materializa como un retrato idílico del pasado que establece lo que es correcto, creando conflictos contra las nuevas generaciones y el ahora.

Las nuevas producciones, sin darles oportunidad, son comparadas duramente con los clásicos. Los gustos de moda son juzgados desde la óptica del pasado, como en algún momento lo fueron estos por una visión anterior. Un ciclo que prevalece alimentado por el ego generacional.

Todo cambia, y a la vez no. Mientras un sector de la población dedica su vida a la añoranza del ayer; otro, sin mucho tacto, busca quemar todo vestigio de este, por considerar fétido e insoportable su olor. Síndrome de la juventud, sólo baja los brazos y ablanda su juicio cuando el pasado se ha puesto de moda.

 

LAS NUEVAS “ONDAS”

Es curioso descubrir con el paso del tiempo que ya no estamos en “onda”, o sea que las modas que nos tocaron vivir, han sido eclipsadas por un nuevo ahora. Esto siempre ocurre y es un reflejo intrínseco del fenómeno de crecer; una señal ineludible de que el tiempo ha pasado y quizás nos falta una que otra actualización de software, liberada de cualquier prejuicio.

Los tiempos cambian, y sólo ciertas cuestiones que permanecen, aquellas que se vuelven inmortales, que trascienden las barreras generacionales del tiempo; mientras otras, por su poca utilidad, poca trascendencia o por el daño natural que causan, forzosamente son suprimidas sin dudar siquiera un instante.

 

LA EDUCACIÓN DEL MIEDO

Hablando de mi educación noventera, y juzgando con cuidado el pasado que no me tocó vivir, puedo vislumbrar distintos cambios que nos debería alegrar a todos.

Se ha visto disminuida y en algunos casos, suprimida, aquella educación a través de la violencia y la represión, que causaba daños irreparables en el desarrollo de la niñez, que terminan reflejándose en su vida adulta, de cierta forma.

La violencia provoca afectaciones psico-socio-emocionales, aunque muchas personas que la padecieron en su infancia la vean como algo normal, algo que los ayudó a ser “fuertes”, a “crecer” como personas. Una mentira que han comprado, y en muchas ocasiones hasta defendido.

El pasado está marcado por una gigantesca violencia -física y psicológica-, la educación del miedo. A través de estos métodos violentos se promovía el respeto a las reglas y al orden natural de las cosas. Los adultos mandaban, los jóvenes y niños obedecían sin cuestionar, no porque creyeran que era lo correcto, sino por el miedo a la represión.

La represión como método de control se convirtió en un arma contra las expresiones disidentes a lo que se creía correcto, o a lo que le convenía a los poderosos; subyugar a través del miedo ese instinto rebelde y antisistema que es natural en las juventudes.

En algún momento se debía romper la rueda autoritaria, y se rompió. De cierta forma, ahora se vive –para bien o para mal- una relación más igualitaria de poder, entre adultos y niños, entre jóvenes y mayores, entre docentes y alumnos, entre gobernantes y gobernados. Es preciso aclarar, que no por ello se han acabado las injusticias al momento.

Se rompió la rueda y parte de todo el cambio llegó de la mano de los Derechos Humanos, un cambio grandísimo de paradigmas a favor de la libertad del individuo, que borró lo que hace poco tiempo se había escrito con sangre.

La salud mental, fue develada como primordial en el desarrollo integral de la persona; los tatuajes y el largo del cabello, dejaron de ser tomados en cuenta para medir nuestro intelecto o el valor que tenemos como individuos.

Claro que hemos avanzado mucho y en diversos aspectos; y como es natural, también hemos dado algunos pasos hacia atrás, ahogados brutalmente al no saber cómo usar con responsabilidad nuestras libertades.

 

GENERACIONES DE CRISTAL

En esta batalla sin cuartel, todas las generaciones muestran su fragilidad de distintas formas, utilizando la ofensa, la intolerancia y el insulto como métodos de esconder un poco lo rotos que se encuentran.

Los adultos sacan sus traumas a relucir al embestir a las juventudes, y los jóvenes hacen lo propio, mostrando los suyos al señalar las imperfecciones de los adultos.

El escarnio, la lucha de egos por ver quien está menos roto, comienza y no termina. Todos toman aliento para insultar con más fuerza; nadie baja los brazos, nadie calla.

En esta carrera de imperfectos y limitados seres, nadie gana, en realidad, todos perdemos. Se pierde el enfoque de lo que es verdaderamente importante, la discusión ahoga y solo refleja lo rota que está la sociedad.

El cambio será inevitable siempre, por eso, se vuelve indispensable terminar esta absurda e inútil lucha entre lo nuevo y lo viejo; abrirnos a la idea del cambio, y tomar del pasado aquellas lecciones que nos sirvan para avanzar, abrazar sólo lo que en verdad trascienda y ser autocríticos del ahora que nos tocó vivir, para recomponer el rumbo.