Italia, una señal para el mundo

francisco Javier García Bejos columnista

¿Fracasó el proyecto europeo? ¿El bloque económico se dirige irremediablemente a su extinción?
¿Las democracias liberales han dejado de ser una opción? ¿Por qué parecemos empeñados en
repetir nuestro pasado? ¿Los errores y atrocidades del ayer ya han sido olvidados? ¿O si se
recuerdan, a la luz de la distancia, ya no parecen tan graves?

Me quedo atónito cada vez que veo como el avance del nacionalismo y de los discursos extremos,
tanto de derecha como de izquierda, se fortalecen y se traducen en opciones viables para un
sinnúmero de electores a lo largo y ancho del planeta.

Pereciera que las experiencias previas de la humanidad nos han servido para un carajo, y que el
avance de agendas progresistas a favor de las libertades del individuo, de la cooperación
internacional, del entendimiento del otro y de estados laicos, se están yendo a la basura.

El reciente triunfo de la ultraderechista Giorgia Meloni, política que no ha tenido empacho en
expresar públicamente sus simpatías por Mussolini, es parte de la avalancha desatada
catastróficamente por el Brexit y que ha impactado a varios países de la Unión Europea, dándole
vuelo a expresiones políticas extremas en Francia, España, Hungría, Polonia y Suecia.

La crisis migratoria, el rancio orgullo nacionalista, la inflación derivada de la guerra en Ucrania, y la
incapacidad del bloque europeo para hacerle frente a esos retos priorizando a las clases más
desfavorecidas, han sido el caldo de cultivo idóneo para que estas manifestaciones políticas se
consoliden.

Pero este problema no es exclusivo de Europa. Atravesamos por una crisis endémica de escala
global, debido en gran parte al desgaste del actual modelo político y económico y a la ausencia de
liderazgos que le apliquen los paliativos necesarios para evitar que la amenaza del autoritarismo
dilapide a la democracia.

La pobreza, la desigualdad, las pocas o nulas perspectivas de futuro para las nuevas generaciones,
la crisis climática, alimentaria, las guerras, la xenofobia, la aporofobia… todos estos problemas
comunes a la mayor parte de la población mundial explosionan cada vez que un político falla en su
responsabilidad o cuando un superrico se vuelve más rico.

Hoy Europa vive una de sus épocas más desafiantes. Pero el mundo también. O cambiamos la
forma de hacer política, o llevamos más justicia social a quienes más lo necesitan, o estaremos
condenados a padecer, una vez más, las consecuencias del autoritarismo, la represión y la
indiferencia hacia el otro.