Gerardo Enciso, rupestre de corazón

Uno puede encontrar a la vuelta de la esquina y en el momento más inesperado la música fundamental de la historia de nuestras vidas. A mí me pasó: una tarde de la década de 1980, en la casa de Luis Flores, locutor y melómano de corazón, quien encarna la enciclopedia de la música nueva (alternativa, experimental, jazz, fusión y todas sus posibilidades), salí con una grabación en caset de un concierto en vivo de Gerardo Enciso y El Poder Ejecutivo, su banda, encabezada por José Fors.

 

Luis, generoso como siempre ha sido, me la había regalado, luego de un reciente viaje que había hecho él a Guadalajara, Jalisco, para grabar ese u otro concierto. Quedé prendado de esa música, que para mí significaba una revelación del rock mexicano de entonces. Había en esas canciones, todas de Gerardo Enciso, una mirada sosegada y profunda de la ciudad, imágenes de un glosador del infortunio, fiel a sus convicciones artísticas, creyente de su música: un compositor con un estilo propio que linda con la desazón y la transforma en acordes de su guitarra sola y nocturna.

 

No sabía yo que Gerardo Enciso, nacido en Puebla el 23 de abril de 1962, formaba, sin quererlo él, parte de una ola de músicos que a la par hacían florecer sus composiciones en la escena poco conocida del rock mexicano. La gran mayoría, bajo esa mirada desencantada del país, crítica de la vida inercial y cómoda de un aspiracionismo económico que los músicos veían limitante de la creatividad y la libertad.

 

Algunos integrantes de esa oleada eran Rodrigo González, Emilia Almazán, Nina Galindo, Jaime López, Roberto Ponce, Roberto González, Armando Rosas, Javier Guillén, Kristos Lezama, Rafael Catana, Eblem Macari, Arturo Meza, Carlos Arellano, Jorge García Montemayor… hasta Iván Rosas, que renovó el Movimiento Rupestre, nominación que todos tenían en común.

 

Gerardo Enciso inició su carrera en la ciudad de Guadalajara, hacia 1984, acompañado solo de su guitarra. En 1987 editó su disco independiente titulado A contracorriente,que contenía una de sus canciones más conocidas: “Amo a mi país”.

 

Horario coagulado a mediodía,

con la lluvia a cuestas. No hay sonrisas.

Ni siquiera el dulce rostro de a mentiras

que te mira de reojo en la vitrina.

 

Pero ahora llueve, no me importa

si me tomas o me dejas, si las bardas son un circo,

si prohíben las tocadas y las bandas pintan “¡basta!”.

 

Amo a mi país,

pero él no me ama a mí.

Amo a mi país,

pero él no me ama a mí.

Amo a mi país.

 

Sudando en cada esquina la agonía,

con la rabia a cuestas. No hay salidas.

Ni siquiera el tonto rostro de oficina

que te mira y que te pide la cartilla.

 

Pero ahora llueve, nada importa.

Sin dinero en los bolsillos pido fiada una cerveza.

Llego a casa, y mi guitarra ya me espera.

 

Amo a mi país,

pero él no me ama a mí.

Amo a mi país,

pero él no me ama a mí.

 

Cansado ya de sobrevivir y de sentir la soga al cuello.

Con el rostro hundido en una cerveza,

se apagaron las ganas prendidas de andar.

 

Amo a mi país,

pero él no me ama a mí.

Amo a mi país,

pero él no me ama a mí.

 

Amo a mi país…

 

En 1991 editó Cuentos de miedo,con temas que cuestionaban el status quo:los niños de la calle, la guerra, los caídos en las luchas urbanas y la ciudad como personajes, con canciones de elocuentes figuras retóricas, que se nutre de numerosas corrientes de la canción popular mexicana. A su manera, Gerardo Enciso siguió el cauce que había abierto Rodrigo González en la exploración del lenguaje popular, el rescate del habla cotidiana, la conciencia de la tradición del rock como expresión de la juventud, aunado a un talento bien dispuesto en la escena para identificarse con su público, que abarrotaba sus presentaciones con El Poder Ejecutivo.

 

En la soledad de mi grabadora, yo reproducía aquellos conciertos que adquiría en el Tianguis del Chopo, en Ciudad de México, principal proveedor de la música grabada en vivo de los autores rupestres que no tenían disquera para difundir su trabajo. Era una época dorada para muchos de mi generación, pues el rock que escuchábamos nos hablaba de la realidad cotidiana, y la mirada de esos compositores bien podía amoldarse a la nuestra. En mucho, esas horas de música contribuyeron a comprender en clave crítica nuestro papel en la sociedad de entonces.

 

Vuelvo a Luis Flores, quien era un facilitador de la nueva música mexicana para sus jóvenes amigos que lo escuchábamos en sus programas de Radio Mexiquense. Eran tiempos en que la radio pública del Gobierno del Estado de México, fundada en 1983, tenía el proyecto de abrir sus micrófonos al rock emergente, al canto popular independiente, la canción de protesta, a la música social no masiva. Sería adecuado que la Radio Mexiquense de hoy dijera qué proyecto tiene ahora en relación con la escena emergente de la música mexicana y qué lugar le otorga. Es un derecho de sus audiencias saber.

@porfirioh

 

Deja un comentario