En defensa de la lectura de libros

Tener el hábito de la lectura tiene múltiples beneficios: enriquece nuestra capacidad de expresión, amplía nuestra visión de las situaciones de la vida cotidiana, mejora nuestra inteligencia emocional y nos entretiene a bajo costo, pues por más que cueste un buen libro, siempre será más barato que salir de viaje o al cine.

Vivimos otras vidas a través de las historias de la literatura; viajamos a lugares inexplorados a través de las crónicas de otros viajeros; conocemos más del mundo y de la naturaleza humana a través de los testimonios escritos de quienes han vivido situaciones excepcionales. Los libros albergan una amplia gama de experiencias y conocimientos que rebasan las de una vida individual y sedentaria, por eso leer por costumbre esas historias, crónicas y testimonios nos vuelve más empáticos con la experiencia ajena, y quizás más dispuestos a comprender las decisiones de otros.

No todo está en los libros, por supuesto. En la vida diaria, en los viajes, en las fiestas, en las protestas públicas e incluso en las situaciones incómodas hay también grandes enseñanzas de cómo somos en tanto especie y cuáles son nuestros límites. La vida es un complejo de tiempo y espacio que no puede resolverse en una mirada, aunque la tentación de simplificarlo todo nos aceche constantemente.

Sin embargo, en la lectura de libros se halla un acelerador de partículas que revela la esencia de nuestros actos. La verosimilitud que alcanza un personaje y la identificación que logramos con él se debe a la congruencia entre su pensamiento, su historia y su actuar en el libro. Lloramos su muerte porque nuestro cerebro no distingue si se trata de la muerte de un personaje o de un ser vivo; celebramos sus hazañas tanto como las que logramos en el día a día: el afecto es real, la alegría es genuina. La literatura es ficción y verdad al mismo tiempo.

Bajo ese principio, poco importa saber si el libro que leemos está basado en hechos reales o si es pura invención; lo relevante, cuando lo leemos, es su grado de verosimilitud, pues a cualquier lector eso le basta. ¿Existió realmente Hannibal Lecter? ¿Existió Alejandro Magno? ¿De verdad Nerón tocaba el arpa mientras la capital del Imperio de incendiaba? ¿Drácula y Frankenstein son reales o inventados? ¿Los quarks no son acaso una metáfora? La gran lección de los libros es hacernos sucumbir en las situaciones y conceptos más alejados de nuestra cotidianeidad para devolvernos transformados, renovados, distintos.

Se trata de aprehender más de la vida sin tener que vivir situaciones extremas. Esa vitalidad de emociones y saberes quizás no sean de aplicación inmediata en la vida cotidiana, y muchas veces tal vez no se traduzcan en una mejor posición económica, pero ¿no vale la pena acaso luchar toda la noche contra mares embravecidos y despertar al día siguiente con la certeza de que hemos triunfado? Una emoción impar que define el día y lo enriquece…

@porfirioh

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