CORRESPONSALES BANCARIOS

adriana delgado columnista

 

 

Un paisano migrante que viene a visitar a su familia para dejarle algo de dinero y un turista internacional que viene a pasarla bien por acá, se enfrentan con el mismo problema desde el primer día: la casa de cambio o el banco solo puede cambiarles 300 dólares a pesos en ventanilla. Si necesitan cambiar más, como es la gran mayoría de los casos, tienen que abrir una cuenta que esté bien vigilada fiscalmente e identificarse plenamente con cuanto documento oficial le soliciten. ¿Para qué? Para cumplir con las regulaciones contra el lavado de dinero.
Un gran problema, aunque los números raros del Banco de México afirmen lo contrario. Cuando se le planteó a su exgobernador, Alejandro Díaz de León, señaló a la iniciativa de reforma a la ley de Banxico para que adquiriera los dólares que suelen quedarse almacenados

infructuosamente en las instituciones financieras como una violación a la autonomía del banco central y reviró que solo el uno por ciento de las remesas que llegan a México son en dólares en efectivo, principalmente en la frontera, así que no era para tanto.

¿Y sí? El senador, Alejandro Armenta, proveniente de Puebla, una de las entidades con más migrantes en Estados Unidos, responde que cada que vienen a visitar a sus familias para dejarles dinero, por supuesto en dólares, terminan teniendo que cambiarlos en un mercado negro, a un tipo de cambio mucho más bajo y con riesgo de robo, extorsión o secuestro. La sobrerregulación abre la puerta a más problemas graves.

¿Qué tan urgente es atender este asunto? Esta es una dimensión más acertada: México es el segundo mayor receptor de remesas del mundo: el año pasado recibió 51.6 mil millones de dólares, que son más de un billón de pesos, y esa cantidad será fácilmente mayor este año.

Pero esa es solo una parte. De acuerdo con el prestigiado especialista y exfuncionario estadounidense, Robert J. Shapiro, el flujo de intercambio entre ambas naciones llegó a los 750 mil millones de dólares, incluyendo el comercio internacional, la inversión extranjera directa, el turismo y otras actividades.
Grandes cifras ¿no? El gran problema que genera todo ese intercambio es que dentro de México todo se compra y vende en pesos, de la misma forma en que dentro de Estados Unidos todo se compra y vende en dólares. Así que los dólares en efectivo que se quedan acá hay que enviarlos.

Esa función ha estado tradicionalmente a cargo de los corresponsales bancarios. Pero, de nuevo, con todas las regulaciones antilavado diseñadas de manera en exceso restrictiva, desenfocada y obsoleta, ese mercado pasó de 20 instituciones a ser controlado solo por dos: Southwest Bank y Bank of America, esta última señalada hace una década por el FBI de haber sido utilizada por un cártel de la droga justo para las operaciones que ahora se encarga de evitar.
Queda claro que el tema no es para nada menor. El sistema financiero mexicano ha realizado muchos avances en cuanto a prevención del lavado de dinero y financiamiento al terrorismo, al punto de que el propio Fondo Monetario Internacional los ha descrito como sólidos, con un marco legal e institucional bien desarrollado.

Es tiempo de que las autoridades reguladoras en Estados Unidos y México los reconozcan también. Si bien es cierto que hay que mantenerlos así de fuertes, también lo es que hay que encontrar fórmulas y puntos de equilibrio. Hay que cortar el paso al dinero mal habido, pero eficazmente y sin ahorcar en el proceso a las remesas, inversiones e intercambios comerciales que traen bienestar a ambos lados de la frontera.