Agenda Inteligente – De esperanza y democracia

Federico Nietzsche aseguraba con frecuencia que con el tiempo los conceptos cambian, que lo que parece malo un día al otro, tal vez, ya no lo era, o hasta podía ser bueno y no hay mejor ejemplo para ello que el concepto de la Democracia.

La democracia fue un gran invento de los griegos y representó un avance de gran magnitud porque se convencía por medio de la palabra y sustituyó, de alguna manera, el estado de guerra permanente en el que se encontraba el individuo; convencer y no vencer por la fuerza fue en esencia el espíritu que impulsó a este revolucionario concepto.

Sin embargo, en pleno corazón de los que los estudiosos denominan “La era Axial“, el periodo que transcurre entre el 800 a. C. y el 200 a. C. y determinada como la línea divisoria más profunda de la historia del hombre, los griegos aseguraban que la democracia era el peor de los sistemas para organizar una nación.

El mismo Platón afirmaba que “no hay razón para pensar que mayoría tiene la razón” y ejemplificaba que para definir una estrategia de guerra y defensa no se le preguntaba al pueblo, sino a quien conocía del tema, y colocaba a la Aristocracia como la mejor forma de gobierno ya que en ese tiempo este término era para el gobierno de los más sabios no, como en la actualidad, que es se utiliza para un gobierno ejercido por los ricos y poderosos, ¿gran diferencia, no?. Los conceptos han variado y hoy nadie se atrevería a decir que la democracia es mala y mucho menos que la Aristocracia es lo mejor.

Pero también hay conceptos que permanecen no solo intactos, sino que se volvieron más importantes como, desde esta perspectiva, el de  la “esperanza”. La esperanza es el principal argumento de la política y de los políticos, pues es básicamente es la expectativa del individuo y la colectividad por alcanzar una mejor forma de vida, que es constante, que se piensa todos los días y en todo lugar; vivir bien es el sueño permanente.

Hace unos 100 años la esperanza de vida era, en promedio, de 35 años y hoy de 75 años, más del doble gracias a que existe agua potable en un considerable porcentaje de las casas, un sistema de salud que aplica vacunas, un sistema sanitario que protege a los ciudadanos, en resumen, la esperanza cumplió su cometido.

Hace 100 años, en México habitaban unos 15 millones de personas y más del 90 por ciento no sabían leer ni escribir; en la actualidad, este parámetro ya se invirtió y tenemos que la educación básica es obligatoria hasta el nivel secundaria.

Para esos alcances, la esperanza ha sido el hilo conductor que hizo posible que la salud y la educación nos dieran una forma de vida mejor. Sin embargo, no todo es miel ya que aumentar la esperanza de vida aportó otras problemáticas como las pensiones -por mencionar uno- una situación derivada de “ganar” más años de vida y la cual es de dimensiones formidables porque, hasta el momento, nadie sabe cómo resolver.

Saber leer y escribir también nos mejoró en varios aspectos pero la contradicción es ¿por qué no somos una mejor sociedad y despreciamos la cultura de la legalidad y el derecho?, ¿se debe quizá a la velocidad y a la inmediatez de la vida contemporánea?, ¿acaso los conceptos que teníamos de una mejor vida también están cambiando de manera imperceptible?, ¿cómo brindar esperanza a las nuevas generaciones que ya no quieren compromiso, que ya no quieren hacer familia?, ¿cómo darle esperanza a los jóvenes de hoy que prefieren tener un perro que hijos?.

La reflexión es que sí la salud y la educación nos ampliaron horizontes, es probable que las  nuevas generaciones coincidan con el escritor español del Siglo de Oro,  Baltasar Gracián, quien afirmó que la esperanza es una gran falsificación y de ahí su creciente desinterés a muchas situaciones actuales; por el contario, yo no comparto la apreciación de Gracián porque la esperanza es un concepto invariable, un derecho de todos, la felicidad debe ser el fin último del estado, de un estado responsable y solidario.

Y Nietzsche tenía razón, los conceptos casi siempre cambian pero menos la esperanza que es la versión laica de la fe (tómala Federico) porque así como afirmó que en nuestros tiempos es necesario un súper hombre capaz de superarse a sí mismo y su naturaleza,  añadiría que lo que necesitamos es al súper ciudadano y al súper Estado (esto último es una simple provocación).

¡Juntos vamos por la esperanza!

¡¡¡Hasta la próxima!!!

Jessica Vega 

 @jessyvega81

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de Cadena Política.

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