De los insumos para leer: los lentes

No sabemos quién inventó los lentes para leer. Sabemos que fue en el siglo XIV, dado que Giordano da Rivalto, de Pisa, Italia, desde el púlpito de la iglesia de Santa María Novella de Florencia, dictó el 23 de febrero de 1306 un sermón de elogio a semejante invento, “uno de los artefactos más útiles del mundo”, dijo aquella vez, y luego añadió: “He visto al hombre que, antes que ningún otro, descubrió y fabricó un par de lentes, y he hablado con él”.

Quizás el inventor era miembro del Gremio de Cristaleros Venecianos, que ya desde 1301 había expedido reglas a seguir por cualquiera “interesado en fabricar lentes para leer”; o tal vez fue un tal Salvino degli Armati, a quien una placa funeraria inscrita en la iglesia de Santa María Maggiore de Florencia le llama “inventor de los lentes / Que Dios perdone sus pecados, 1317”.

Antes de los anteojos, gafas o lentes, las personas solían leer a través de discos de piedra transparente, o esmeraldas pulidas para los emperadores, como Nerón, de quien se dice que miraba los combates de gladiadores a través de la piedra para ampliar los detalles más sangrientos. En Babilonia y Grecia no había otra alternativa que hacerse leer por esclavos los libros o papiros, órdenes reales o enseñanzas morales, cuenta Alberto Manguel en su extraordinario libro Una historia de la lectura (1996), al que tanto debemos en la comprensión del fenómeno de pasar nuestra vista por caracteres impresos y que al hacerlo nos genera las más profundas emociones.

La invención de los lentes vino a revolucionar el aprendizaje a través del sentido de la vista, y potenció las capacidades de lectura de libros. Son innumerables los elogios de sabios y pensadores al invento que ya cumplió al menos seis siglos; la nómina alcanza a Lutero, Descartes, Samuel Johnson, Alexander Pope, Quevedo, Wordsworth, Dante Gabriel Rossetti, Kipling, Yeats, Unamuno, Rabrindanath Tagore, Joyce… y Borges, en quien se ejemplifica al lector por excelencia, nombrado director de la gran Biblioteca Nacional de Buenos Aires cuando ya no podía leer:

Nadie rebaje a lágrima o reproche

Esta declamación de la maestría

De Dios, que con magnífica ironía

Me dio a la vez los libros y la noche.

Hoy, sacar los lentes del estuche, desdoblarlos, limpiarlos y colocarlos sobre la nariz y sujetarlos detrás de las orejas constituye un rito de iniciación en la lectura de un texto. Cuántas veces hemos visto que luego de varios minutos u horas, es menester quitárselos y frotar los ojos, acaso fatigados del esfuerzo o para hacer una pausa que sirva al procesamiento de lo que se acaba de leer. Ese gesto, para algunos, es un signo familiar, un símbolo de autoridad, una referencia al reino de la experiencia lectora, indicio de honda reflexión. Qué gran invento este de los lentes.

@porfirioh

 

Imagen de https://pixnio.com/es/

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